Sigo aquí anclado, sin traspasar el límite de la
ciudad, como si esta extraña vida desechase cuanto hice o dejé de hacer fuera
del cinturón de cemento. Es un circuito cerrado, se repite cada noche, empiezo
por un monte pelado y llego hasta un extraño parque donde duerme un lagarto.
Luego bajo por mi calle, y veo mi imagen desorientada sentada en un portal, fumando
con ansias de vida nueva, y sigo, sigo bajando, para ver una pareja sentada
bajo un arco monumental, y me veo a mí mismo mintiendo y balbuceando mi cruel
cobardía, sólo para ver en unos ojos amigos el brillo del desencanto…quizás
intuí algo, quizás os intuí a ambos, a mi extraño amigo de cara pálida,
herencia igual a condena, y a mi otro amigo flaco y larguirucho, imitando la
vida de quienes alcanzaron lo que nunca quiso tener…os intuí, os escuché, y
luego probé el veneno, tan potente que no puedo dejar de escribir ni después de
muerto. Luego subo hacia una calle ancha y sucia, donde me perdía muchas noches
buscando tu piso, y acabo en un parque donde me veo corriendo y chillando…y qué
curioso tú, que tanto insistías en las cosas pequeñas de la vida, que fueras
incapaz de aceptarme…camino y camino, y con el día me esfumo, pero cada noche
intento reunir todos los átomos de energía que me envuelven para convertirlos
en algo sólido, para volver a vivir, para dejar de vagar en el recuerdo.
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El devenir de un día, en un discurso fluido y, veloz, ante el desencanto. Ese drac de Gaudí, me embelesa siempre,
ResponEliminaUn cordial saludo.
Es cierto, el recuerdo puede ocupar grandes espacios dentro de nuestra memoria y en un sólo paso, puede caber un mundo... Interesante ese recuerdo vagabundo...
ResponEliminaSaludos.
en ese caso, es necesario abrirle las fauces al lagarto, arrancarle una a una, todas las respuestas y engullirlas, aunque vengan cubiertas de fuego
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