Las luces de la ciudad
punteaban la noche,
unían la avenida
como hilos de cobre.
De unos cetros afrutados
llovían copos de nieve,
y mi aliento se elevaba
hacia las nubes solemnes.
El recuerdo del día
aparecía aquí y allá,
reflejado en los
escaparates,
en los charcos sucios,
en alguna mirada,
pero las nubes insistían
en camuflar el dolor
como una inmensa manta,
congestionando el aire
como su corazón estaba.
Artista del ayuno,
ahíto de carencias
el artista vagaba,
escudriñándole la bohemia
a las calles que andaba,
hasta el único bar abierto,
en cuya barra se acodaban
tres amores somnolientos,
tres jerarcas de la noche
y seis pintores ciegos.
Al fondo del pasillo,
tras la puerta,
ella se preparaba ante el
espejo,
la respiración acompasada,
el carmín,
el sonrojo trepándole por la
cara…
…el bullicio del bar
presagiaba
una noche larga como un
cometa,
se dijo resignada,
pero apagó su sonrojo
abriendo la puerta,
moviendo las caderas,
cimbreando su cuerpo
como una mantarraya…
…así era ella, superestrella,
y su imagen sacudió
el corazón del poeta.
El torbellino de caricias
duró
apenas unas pocas lunas;
ella terminaría ante el
espejo,
camuflando las arrugas.
Él sigue vagando las calles,
siguiendo los hilos de cobre
que las enlazan, persiguiendo
el último verso
de un destino que no alcanza.
Poema a cuatro manos escrito por +Alejandro Vargas Sánchez y por +Isolda Font
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