No es ajeno al olor que emana; un olor sucio, estancado, de ropas ajadas. Imagina qué dirán, sus amigos del pueblo; para ellos será como ver un muerto; pero siendo ya tarde, no hay nadie despierto; ni gente, ni voces, ni abrazos de hielo. La hierba obstinada va quebrando el cemento, se oyen chasquidos, roturas, vacíos lamentos. La piedra se rompe, podrida por dentro, llenando de pena el corazón del viajero. No hay bienvenida, no hay nadie despierto…la última esperanza muere, justo al doblar la esquina…la plaza está vacía, y la Iglesia está en ruinas.
Media vida nadando y morir en la orilla. Media palabra y habría caído a tus pies. A media voz te habría contado, la secuencia de mi vida; de cómo traté de huir, de este mundo del revés. De cómo te veía en sueños, con los ojos cerrados, debajo de mi cuerpo, medio muerta de placer.
Aquel paisaje nunca me dejó indiferente. Despertaba deseos en mi fantasiosa mente. El humo venéreo, las manchas de aceite, el esqueleto nervudo de los tubos de acero. Mirada al frente, aire guerrero, cuarto creciente, lo demás son restos, ¿y quién busca la belleza en lo feo…? Optimismo obcecado, ceguera demente, no es posible endulzar lo que es deprimente. Para justificar el error, mi mente creaba, para olvidar tu olor, mi boca cantaba…y tira adelante, que menos es nada; hay silos de recuerdos, humor irreverente, océanos de hierro y poesía decadente.
No sabes lo que daría, por tenerte a mi vera. Vendería a mi madre en un zoco. Pondría a mi anciano padre, a trabajar en una cantera. Quemaría mis escritos en la mayor de las hogueras. Todo por verte enamorada, sonriendo al viento, deslizándote con clase, siguiendo mi estela.
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