dimarts, 22 d’abril del 2014

vagar en el recuerdo

Sigo aquí anclado, sin traspasar el límite de la ciudad, como si esta extraña vida desechase cuanto hice o dejé de hacer fuera del cinturón de cemento. Es un circuito cerrado, se repite cada noche, empiezo por un monte pelado y llego hasta un extraño parque donde duerme un lagarto. Luego bajo por mi calle, y veo mi imagen desorientada sentada en un portal, fumando con ansias de vida nueva, y sigo, sigo bajando, para ver una pareja sentada bajo un arco monumental, y me veo a mí mismo mintiendo y balbuceando mi cruel cobardía, sólo para ver en unos ojos amigos el brillo del desencanto…quizás intuí algo, quizás os intuí a ambos, a mi extraño amigo de cara pálida, herencia igual a condena, y a mi otro amigo flaco y larguirucho, imitando la vida de quienes alcanzaron lo que nunca quiso tener…os intuí, os escuché, y luego probé el veneno, tan potente que no puedo dejar de escribir ni después de muerto. Luego subo hacia una calle ancha y sucia, donde me perdía muchas noches buscando tu piso, y acabo en un parque donde me veo corriendo y chillando…y qué curioso tú, que tanto insistías en las cosas pequeñas de la vida, que fueras incapaz de aceptarme…camino y camino, y con el día me esfumo, pero cada noche intento reunir todos los átomos de energía que me envuelven para convertirlos en algo sólido, para volver a vivir, para dejar de vagar en el recuerdo.




 
 
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dimecres, 9 d’abril del 2014

LUNA: Apogeo

Raymond Chandler decía, al final de su carrera, que las características generales que determinan las claves de toda novela policiaca podían (y debían) aplicarse a cualquier género narrativo, esto es: tensión narrativa, suspenso, correcto sistema de la verdad-veracidad, etc. Desconocemos si Rubén Azorín ha leído El largo adiós pero lo que sí sabemos es que su novela, LUNA: Apogeo, es una excelente pieza de Ciencia Ficción que puede leerse, sin embargo, en clave de thriller. Lo cual nos atrapa hasta el final.
Trabajada minuciosamente, LUNA: Apogeo es un puzzle milimétrico, uno de esos libros que para leerlos hay que abstraerse del mundo y, con boli en mano, dejarse llevar por cada detalle y por cada punto de información como si fuera el último. No sobra absolutamente nada.
En ese sentido, LUNA: Apogeo es la historia de un grupo de científicos, agrupados en el Proyecto de Medición Lunar Láser que, al margen de los Gobiernos, tratan de anticiparse y combatir una inminente catástrofe. Pero, al respecto, el lector no es una pieza decorativa a lo largo de las páginas, Rubén Azorín, nos obliga a recorrer el libro en sentido inverso, es decir: la historia va desde el lector (testigo omnisciente) hacia la trama y, en realidad, ambos componen la historia.
Despojada por completo de cacharros y artilugios facilistas de guerras cibernéticas, replicantes o cafeteras parlanchinas, LUNA: Apogeo se centra en el carácter científico de un futuro no tan remoto, cuyas piezas de ese escenario son veraces (diría Chandler) y hasta empíricas.
Tal y como manifestó el mismo escritor, [en LUNA: Apogeo] "he querido huir de lo fantástico y convertir la novela en algo real, en algo creíble. En ciencia ficción realista, como nos atrapaban los grandes clásicos. Está ambientada en un futuro cercano. [...] y a lo largo de su recorrido la novela reta al lector a distinguir la realidad de la ficción y a juzgar si las cosas son como nos las habían contado".
De este modo, con una erudición poco común en la literatura actual, la novela prescinde de todo artificio para hundirse en una trama sólida, entretenida y atrapante. No hay engaños, ni dilación, en LUNA: Apogeo: te sumerges en uno de esos libros que no quieres terminar.
Fuente: www.falsaria.com/blog/luna-apogeo-de-ruben-azorin/

Saludos cordiales






dissabte, 5 d’abril del 2014

mi refugio

Seguía la vereda rodeando los campos saeteados de viñas, bebiendo el aire seco que desprendía olor a tierra. El hombre se preguntaba si había sido lo más prudente emprender aquel paseo en las horas de más calor, con el Sol cayendo a plomo sobre la tierra reseca. Ya no era un jovencito, se sentía un hombre mucho más viejo que el que había cruzado esos campos veinte años antes, lo que venía a ser muy normal, pero se sentía también mucho menos sabio, lo que ya se salía un tanto de la lógica con la que solía desmenuzar las cosas. Quizás el amor, que le había dado una falsa sensación de sabiduría, que le había hecho creer que todos los demás secretos poseían el encanto aproximado de un prolongado dolor de muelas. Pensando en todo esto, más por distraer el calor que por un verdadero interés filosófico, superó el último viñedo y encauzó sus pasos por una estrecha senda que se ceñía a un monte pletórico de hierba. No tardó en ver la silueta del refugio, una silueta que iba haciéndose más grande a medida que él avanzaba. Por eso había salido del hostal y por eso había viajado hasta allí; dos iniciales y un corazón, sentir quizás una breve punzada donde se sienten las punzadas del recuerdo, poco más. Pero el tiempo había pasado, para él más que para nadie, el tiempo había pasado y las paredes del refugio estaban pintadas de blanco.




                                    




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