dilluns, 25 de febrer del 2013

Explosión de Blues

Se iba acercando la hora, y a medida que se acercaba iba aumentando la expectativa, me iba animando yo solo al ritmo de la música que había puesto en la minicadena. Solo, sí, como casi siempre; fue un concierto al que estuve a punto de ir acompañado, pero era demasiado bueno para ser cierto, y acabaría yendo solo como a casi todos los conciertos a los que iba. Uno por trabajo, otra que no consiguió entradas gratis, el de más allá con gastroenteritis, otro que se hizo un esguince en el pie… ¿a quién se le ocurre lesionarse antes de un concierto de la Jon Spencer Blues Explosion? También es cierto que tales detalles no se pueden controlar, no son cosas que puedan elegirse a la carta, y a conciertos de este tipo no es recomendable ir con muletas...me consolaba pensando que había estado cerca, que por una vez había estado a punto de ir a un concierto guapo acompañado de algún amigo, pero no se vayan a pensar que estaba triste o desilusionado; ir solo a los sitios también tiene sus ventajas, lo sabía de sobras, tenía mucha experiencia en la materia. Era un concierto que siempre había considerado imprescindible, uno de ésos a los que deseaba ir desde mi adolescencia; habiendo visto ya a Björk, a Portishead y a Arcade Fire, y sumando a Jon Spencer, ya sólo me quedaban Radiohead y Nick Cave para poder morir tranquilo. Morir musicalmente hablando, quiero decir; me di una buena ducha, el “Plastic Fang” sonaba a todo trapo a través de la rendija de la puerta del lavabo. Lo tenía algo mitificado a este grupo, como me pasaba con muchas bandas cuyas cintas había escuchado en el radiocasete de mi coche. Sus canciones inevitablemente me recordaban tal o cuál viaje, o tal o cuál fiesta, me recordaban momentos muy felices de mi vida, como mi viaje a Menorca o mis excursiones a Andorra. Y además hubo un momento en que, aburridas todas las demás cintas, prácticamente lo único que escuchaba era el “Acme” de la Jon Spencer Blues Explosion, un disco muy apropiado para ir de ruta, y para mi gusto el mejor disco de su carrera. Y puedo opinar sobre ello, porque los tengo casi todos. Total, que me froté bien frotado y me vestí deprisa y corriendo, y luego el ritual de meterme en los bolsillos todo lo que necesitase para pasar la noche: tarjeta de metro, llaves, dinero, entrada, por favor, ante todo no olvidar la entrada…cogí unos condones también, ya se sabe, la esperanza es lo último que se pierde, de ilusión también se vive…estaban mareados ya los preservativos de dar vueltas por Barcelona; lo más probable era que tarde o temprano acabasen en cipote ajeno, seguramente el de algún amigo más hábil y con menos escrúpulos que yo. Salí de casa, no sin antes recibir amables recomendaciones de papá y mamá, instándome a que no me liase y a que volviera derechito a casa después del concierto; menudo rockero estaba hecho, hasta el dinero que llevaba en el bolsillo me lo había dado mi mamá. Yo creo que, de haberlo sabido, Jon Spencer me habría echado a guitarrazos de la sala. Mi madre era al mismo tiempo madre y mecenas, confiaba en mis dotes de escritor, por lo que técnicamente hasta los condones que llevaba en el bolsillo de la chaqueta eran suyos. Porca miseria…me bebí una lata de cerveza en un parque cercano al metro, para calentar motores, y entré en la estación de Lesseps para salir en Paral.lel. Allí, cerca de las escaleras mecánicas, tocaba un músico callejero de cabello rizado y patillas abundantes, emboscado detrás de unas grandes gafas de espejo; un músico que, mejor o peor, tenía un gran don de la oportunidad, porque estaba tocando un blues hora y media antes de que empezase el concierto. De haber sido más holgada mi situación económica, sin duda habría echado una moneda en la funda de su guitarra, pero tenía lo justo para beber un poco mientras tocase Jon Spencer. Faltaba eso, hora y media larga para que empezase el concierto, por lo que entré en un bar y pedí que me sirvieran una cerveza en la terraza mientras iba al lavabo. En el piso de arriba había dos jovencitos, chico y chica, él rubio, aparentemente alto a pesar de estar sentado, y ella morena y pequeñita, casi con toda seguridad sudamericana, sentada en sus rodillas. Charlaban, reían tontamente, se acariciaban y se cuchicheaban cosas al oído…ay, el amor adolescente, qué puro y qué hermoso, pensaba mientras me la sacudía en el lavabo…los dejé allí, felizmente ocupados, probablemente ni habían reparado en mi presencia, y me senté en la terraza ante la mediana que me habían servido. Estaba más o menos divagando, imaginándome posibles situaciones en el concierto; la soledad en un concierto es muy relativa, no es ni mucho menos lo mismo que cenar solo en un restaurante o ir a una discoteca…ir solo a un concierto no desentona tanto, normalmente acaba uno hablando con un montón de gente. Sin previo aviso se colaron un par de niñas muy pequeñas dentro del toldo que protegía la terraza del viento y del frío, y se quedaron mirándome con sendas sonrisas en sus pequeñas bocas. Una era mulata, con el pelo rizado común a todas las mulatas, y la otra era sudamericana, con el pelo largo, lacio y negro. Me miraban y se reían, yo las miraba y me reía…aún no me había decidido a hacerles alguna gracia de ésas que se hacen a las niñas cuando la mulata le dijo a la otra:

-Qué feo, ¿has visto qué feo?

     Dejé de sonreír y me quedé mirándolas con los ojos muy abiertos, abiertos a todo lo que daban mis párpados.

-Sí, jiji…qué feo –consintió la otra con una sonrisa escasa de dientes.

     Me hizo muchísima gracia, pero hice ver que me enfadaba frunciendo el ceño y la boca.

-¡Ja, ja, qué feo, qué feo! –reía la mulatita.
-Qué hombre más feo –recalcó la otra.

     Me vino a la mente lo de los niños y los tontos, que dicen siempre la verdad, idea que no contribuyó a consolarme precisamente…y me tuve que aguantar, como era lógico, pero su madre o la mujer que las cuidaba llegó enseguida y las cogió de los antebrazos; ya se las llevaba hacia otra parte cuando la mulatita volvió a insistir, “feo, feo, feo”, y entonces exclamé:

-¡Qué poca vergüenza que tenéis!

     A la madre se le encogió el alma al escuchar aquello, me miró asustada y atrajo a las niñas hacia sí, como si yo fuera a saltar sobre ellas y morderlas.

-No hagan caso, mis niñas…apúrense y no se acerquen a ese hombre horrible.

     La mujer no se dio cuenta de que era una broma, de que poner cara de enfadado formaba parte de la broma, y desapareció en la calle antes de verme sonreír. Se había pasado un poco, la verdad; vale que estaba pasado de peso, que me sobraban unos kilillos, pero tanto como “hombre horrible…”. Me repetí la escena mentalmente pasados un par de minutos y empecé a reírme solo. Y en ésas estaba cuando, sin solución de continuidad, una mujer bastante demacrada empezó a hablarme desde el centro de la acera.

-Oye, cariño, ¿te interesa comprar un reloj?

     En la mano izquierda llevaba un reloj de correa negra, y al verme titubear se acercó a mi mesa. Llevaba unos tejanos rotos y descoloridos, una chaqueta negra muy vieja que empezaba a blanquear por la parte de los hombros, su pelo negro estaba sucio y descuidado, todo en conjunto daba una impresión bastante desastrada.

-No, no tengo dinero –contesté.

     Estaba ya a un paso de una de las sillas, y alargó la mano para que pudiera ver mejor el reloj.

-Mira, cariño, es un reloj Ferrari, te lo dejo por veinte euros, ofertas así no las encuentras ni en el Mercadona.
-No puedo, es que tengo lo justo para pasar la noche.
-Y me parece que es auténtico, mira, cógelo –me ofreció sin hacerme el menor caso-. Pesa lo suyo, ¿eh?

     Miré el reloj y, efectivamente, allí estaba el escudo amarillo con el cavallino rampante.

-Yo creo que es auténtico, pesa lo suyo –repitió.
-Es que no podría pagártelo ni aunque fuera una imitación, te lo juro.

     Vista de cerca aún se veía más desmejorada, tenía grandes ojeras y la boca con pocos dientes; era imposible definir su edad, era como si la cara y el cuerpo fueran de dos personas diferentes.

-Es un reloj bueno, es un Ferrari, de ésos que salen en los anuncios, ¿no has visto los anuncios de estos relojes?
-No, es que no veo mucho la tele –le informé.
-Se lo he chorao a un tío hace nada, en la habitación de un hotel –me explicó-. El tío quería follar conmigo, hemos subido al hotel y taca…le he mangao el reloj. Así aprenderá a no ser tan descuidao.
-Ah, vaya –dije sin saber dónde meterme.
-Ya sabes lo que dicen, el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón…tal como están las cosas hay que buscarse la vida, ¿no crees…?
-Bueno, a ver…
-Anda, mira, el Ahmed, voy a ver si le interesa el reloj –dijo dirigiéndose a la puerta del bar más próximo-. No te muevas, corazón, que ahora vuelvo. ¡Ahmed, mira lo que traigo! ¡Me lo quitan de las manos!
-¡Hombre, Paquita! ¿Cómo va la tarde? –le preguntó el tal Ahmed.

     Di un trago largo a mi cerveza y saqué el paquete de tabaco para liarme un cigarrillo. Pensaba en la facilidad innata de algunos escritores para atraer a todo tipo de personajes nocturnos. Lo básico era no perder la calma, conservar el aplomo, mostrarme lo suficientemente distante como para que no se sentase a tomar algo conmigo.

-Este Ahmed, ahora va y me dice que se lo regale, ¿se puede tener más jeta? –me dijo volviendo a la carga-. Mira, por ser tú, te lo dejo por quince, quince euros, ¡es una ganga!
-Es que no puedo pagártelo, de verdad –repetí.
-Mira, cógelo, que no lo has cogido todavía, mira lo que pesa, es auténtico.

     Cogí el reloj, puse su esfera sobre la palma de mi mano derecha y comprobé su peso. Y lo que decía del aplomo; sin comerlo ni beberlo me convertí en un experto tasador de relojes. Empecé a hacer que no con la cabeza y se lo devolví con cara de indiferencia.

-No, no es auténtico.
-¿Estás seguro? Pesa bastante…
-Mira, yo creo que no lo es, debería pesar más.
-Te lo dejo por quince euros, ¿qué te parece?
-Ni quince euros podría darte, de verdad.

     Ella recuperó el reloj de mi mano, me miró con los ojos semicerrados y, con la cara muy seria, me soltó:

-Si no tienes dinero, cariño, también me lo puedes pagar en canne…

     La cosa se estaba poniendo subidita de tono, pero luego explicaré por qué no me sorprendió más de lo que lo hizo.

-No puedo, es que tengo novia –afirmé.
-¿Y a ti tu novia te da lo tuyo?
-Pues me tiene bien servido, la verdad.
-Así me gusta, un tío con los cojones bien puestos, como Dios manda, claro que sí –dijo ella suspirando-. Pues nada, cariño, te dejo tranquilo, voy a ver si consigo colocar el reloj antes de cenar. ¡Adiós, corazón!
-Adiós, adiós.

     La perdí de vista al momento, en cuanto el toldo se interpuso entre su cuerpo y mis ojos. Bebí un poco de cerveza y me quedé un rato mirando al infinito. ¿Y por qué no me había sorprendido tanto aquel ofrecimiento…? Porque ya contaba con un antecedente, algo más de dos años antes, antes del concierto de Arcade Fire. Una noche parecida a la del concierto que nos ocupa, en un bar de la Gran Vía, una mujer entrada en años me había tirado los trastos en una de las mesas del bar y, aunque pueda parecer increíble, de una forma más directa que la tal Paquita. Fue un: “¿Te apetece follar?”, así, tal cuál, y la mujer con un ojo morado, y ya sabemos todos lo que nos viene a la cabeza cuando vemos a una mujer con el ojo morado…y yo, claro, me planteé las dos opciones: irme a la cama con una mujer a la que no conocía de nada, que tenía edad para ser mi madre y que estaba borracha como una cuba, o ir al Palau Sant Jordi a ver tocar a Arcade Fire…quizás sea innecesario aclararlo, pero me decidí por lo segundo. Estuve hablando un rato con ella de su hija a pesar de la incomodidad que sentía, y acabé yéndome al concierto con la misma sensación que empezaba a crecer después de haber rechazado el reloj. La sensación de que la realidad cruda te ha dado un bofetón en plena cara y te ha dejado medio baldado. ¿Y qué representaba que debía hacer…? Acabé la cerveza, subí al lavabo, después había que pagar la cerveza. Recomponerme, supuse. La pareja de chavalillos seguía allí, verles de nuevo me animó en el acto. Aunque estaban en una actitud muy diferente a la de antes, estaban totalmente silenciosos, ensimismados, él mirando la mesa y ella mirando a través de los cristales de la ventana. Ella le acariciaba la nuca, él le pasaba la mano por los riñones. A la chica se le habían bajado un poco los pantalones y se le veía la hucha, era encantador, tenían pinta de estar pensando: “Lo que daríamos ahora mismo por encontrar un sitio en el que poder estar solos…”. Una habitación amplia y unos padres comprensivos, fue lo que les deseé antes de perderles de vista; incluso se me pasó por la cabeza regalarles los condones antes de que caducasen, pero me di cuenta a tiempo de que era ir demasiado lejos. Bajé a la barra, donde un grupo de ancianas estaba tomando cortados, y al darle las dos monedas a la camarera ésta me interrogó acerca de mi conversación con la vendedora de relojes:

-¿No le habrás comprado nada?
-No, no ha habido trato –le respondí.
-Pues menos mal, porque si le hubieras comprado algo habría tenido que echarte la bronca a ti también.
-No, ni se me ha pasado por la cabeza.
-Es que le he dicho cuarenta veces que no puede venir a la terraza a vender cosas robadas, cuarenta veces se lo he dicho, y vuelve a venir. Y hasta se me rebotó un día, me dijo que iba a venir cuando le saliera de las narices. ¿Y yo qué representa que he de hacer, llamar a la policía? No quiero hacerlo, pero es que al final…
-La culpa la tiene Rajoy –nos dijo una de las ancianas en un catalán cerrado-. Con el ejemplo que dan, pues claro, van las juventudes por la calle cometiendo diabluras.

     Giré el cuello porque estaba a punto de partirme de risa, y es que la expresión catalana que utilizó también tenía su gracia, aunque admito que la traducción es libérrima.

-Diga usted que sí, señora –la animó la camarera.

     Y la cuestión era que la señora estaba parafraseando nada más y nada menos que a Erich Fromm, y era altamente improbable que lo hubiera leído nunca. Un gallifante para la abuelita, pensé, y salí a la calle de inmediato porque empezaba a sentirme atrapado en aquel bar. El concierto prometía, vaya si prometía, los prolegómenos estaban siendo apoteósicos, y las sorpresas no habían hecho más que comenzar. Fue ver el cartel luminoso de la sala, al que un potencial espectador estaba haciendo fotos, y enterarme de que habían contratado a un grupo telonero, “Tokyo Sex Destruction”. Aquél era el nivel de información con el que acudía a los sitios, había tenido que salir demasiado pronto de casa para enterarme de que tocaban dos grupos. La curiosidad pudo más que las ganas de tomarme otra cerveza, y entré en la sala justo cuando el grupo empezaba su actuación. El Apolo estaba acogedor, como siempre, con las farolas rojas encendidas que le daban un toque picante, algo burdelesco. Camino del guardarropía ya pude ver cuál iba a ser el ambiente para el concierto, rockeros, barbudos y gafapastas campeaban a sus anchas por la sala. El grupo era bastante ruidoso, con mucha energía. Su música, que no había escuchado jamás antes de aquella noche, era bastante adecuada para lo que iba a venir a continuación. El cantante nos confesó en una pequeña pausa entre dos temas, poco antes del final, que les habían sucedido muchas cosas, que llevaban tres años sin tocar en Barcelona, y durante todo el concierto pareció querer llenar ese vacío desgañitándose sobre el escenario. Estaba desatado, se subía al foco delantero, daba cabezazos al aire…normal, tres años sin tocar en Barcelona y que les llamasen para telonear a Jon Spencer…pues el grupo estaba más que motivado, absolutamente lógico. Sentado en uno de los bancos adyacentes a la pista, repasé mi presupuesto para lo que quedaba de noche; quince euros, ni más ni menos. La duda tomaba cuerpo, ¿cerveza o cubata, cubata o cerveza? Lo mejor era preguntar el precio, y luego decidir sobre la marcha. Fui a la barra más cercana a la salida y pregunté cuánto valía un Jack Daniels, me apetecía tomarme uno por los viejos tiempos. Me dijeron que diez euros, todo cuadraba; podía beberme la copa y luego pedir una cerveza. El camarero me sirvió un cubata desmesurado, antes de preguntarme:








-¿Te parece bien o echo más?
-Sí, me parece bien…
-Ah, vale –dijo haciendo ademán de retirar la botella.
-No, que me parece bien que le eches más.

     Sonrió y siguió llenando el vaso, y mientras lo llenaba una chica rubia, chata y regordeta se puso a mi lado y empezó a despotricar en catalán contra la organización del concierto.

-Es que no hay derecho –dijo resoplando-. Que no te pongan sello para poder salir a la calle a fumar, como en todas partes, como en cualquier discoteca, ¿qué se han creído? Yo pago mi entrada, y tengo derecho a fumarme un cigarro cuando me de la gana.
-Bueno –le dije-. También puedes fumar en el lavabo.
-Vale, ¿pero a ti te parece normal que no te pongan un sello?
-Tú tranquila, si de aquí a un rato estará todo el mundo fumando.
-Hombre, eso espero. Voy a fumar cuando me salga del…y la culpa de todo la tiene Rajoy.

     Coño, aquello me sonaba de algo, me dio la sensación de haber entrado en un bucle.

-¿Rajoy?
-Sí, Rajoy y la puta ley antitabaco, que no nos dejan fumar en ninguna parte, ¿qué se han creído?

     Estuve por decirle que me sonaba que la ley antitabaco la habían implantado los socialistas, pero la dejé seguir hablando, a ver en qué acababa todo aquello.

-Y claro, en los clubs privados sí que pueden fumar, porque son privados, ¿no te das cuenta? ¿Y entonces qué, en los sitios públicos vamos a ser menos? Es una discriminación, y la culpa de todo la tiene Rajoy, el Rajoy, el marido de la botella, la Esperanza Aguirre, todos, todos, es que no los trago, les tengo una manía…

     La expresión de su rostro se había desfigurado y mostraba indignación más allá de todo límite y de todo raciocinio…entonces lo pillé, la chica era divertidísima…me reí un poco con ella y ya estaba a punto de preguntarle dónde se había colocado con sus amigas cuando llegó su novio, un tipo calvete, con barba de una semana, regordete como ella, un puto aguafiestas.

-Adéu, que vaya bien.
-Chao, guapa, vaya bien.

     A todo esto los teloneros ya habían abandonado el escenario, sólo faltaba que apareciese la Jon Spencer Blues Explosion. Pero yo me había quedado preocupado, el marido de la botella, el marido de la botella, ¿a qué debía referirse la chica? Con todos los rumores que estaban saliendo, sólo faltaba que el presidente del gobierno se hubiera vuelto alcohólico…claro, con la situación que estaba viviendo el país, a lo mejor el hombre…no, no lo había leído ni escuchado en ningún periódico ni en ningún informativo, el marido de la botella, el marido de la botella…estaban los ánimos caldeados, muy caldeados, lo mejor era soltar un poco de adrenalina en el concierto y despertarse al día siguiente algo más desahogados. La noche estaba siendo extraña, muy densa, y aún faltaban más absurdeces que presenciar. Avanzaba hacia las tablas cuando un chaval me cogió del brazo, un chaval con el cabello peinado a lo beatle aunque más largo de atrás y de los lados; llevaba la barba corta y arreglada y un montón de collares colgando de su cuello.   

-Na, na, na, na…na, na, na, na, na, na, na…na, na, na, na…

     Empezaba a estar cansadito de tanto friki, el chaval me estaba cantando la melodía de la banda sonora de James Bond en la oreja…paciencia, me dije, en algún momento saldría el grupo a tocar y la gente dejaría de hacerme caso.

-Tantarantan, tantantantan, tarantan…

     Menos mal que un amigo suyo se lo llevó hacia delante, toda la noche con aquel niñato comiéndome la oreja habría sido demasiado. No me costó mucho situarme en una buena posición, algo escorada, pero que me permitiría ver en primer plano al cantante. Por el camino había podido comprobar que el ambiente era bastante variado, hasta había rockeros bien veteranos, con los cabellos totalmente encanecidos, y una mezcla de gente del todo inclasificable a causa de la normalidad de la ropa que vestían. La banda no se hizo de rogar, no esperó a escuchar los primeros silbidos, salieron a tocar sin grandes presentaciones ni parafernalia de ningún tipo. Por fin, allí estaban, diecisiete años después de haberles escuchado por primera vez, la Blues Explosion. Sólo tenía ojos para el cantante, su micrófono estaba a pocos metros de mí. Algo me habían hablado de la energía que llegaba a derrochar en los conciertos, aunque tal idea se podía presuponer escuchando algunas de sus canciones. Llevaba unos pantalones ajustados y brillantes, en plan rockero de los años cincuenta, parecía que los hubiera untado de brillantina antes de salir a tocar…no recuerdo si llegaron a presentarse con su “ladies and gentlemen…”, o si lo hicieron después de la segunda o la tercera canción, el bourbon empezaba a hacer su efecto, no estaba acostumbrado a las bebidas tan fuertes…escuché los primeros temas concentrado en las evoluciones de aquel hijo bastardo de Elvis Presley. Para la edad que tenía la criatura, más cerca de los cincuenta que de los cuarenta, se conservaba más que bien, estaba en plena forma. Incluso flexionaba continuamente una de sus piernas hasta prácticamente tocar el suelo con la rodilla contraria, era su gesto más característico, aunque no el único, también cantaba con el labio superior apoyado en el micrófono, como si estuviera pensando en comérselo, para poder hacer efectos con la voz. Durante las primeras canciones del concierto hube de enfrentarme a un serio hándicap; apenas había escuchado los dos últimos discos de la JSBX, sólo había escuchado el “Meat and Bones” tres o cuatro veces antes del concierto, y muchas de las canciones no me sonaban de nada. Pero me daba igual, estaba concentrado en estudiar a Jon Spencer, como si estuviera viendo una película con algún buen actor en el reparto. Las ganas de mear llegaron sin previo aviso y, aunque me fastidiaba bastante perder tan buena ubicación, mejor era eso que mearme encima, por lo que fui al lavabo y aproveché para fumarme un cigarrillo rápido. Cuando salí, el recibimiento que me hicieron los músicos fue inmejorable…era la apertura del “Orange”, la reconocí al instante, hasta hice un tímido intento de ponerme a bailar…a partir de aquel momento conecté no sólo con el cantante, sino también con la música. Comenzaron a tocar canciones de todos sus discos, pero no enteras, sino en un mix acelerado, iban empalmando cortes de veinte o treinta segundos y tocaron un montón de ellas, como si estuvieran intentando condensar su carrera en aquel concierto de noventa y tantos minutos. Fue mientras estaba tratando de acercarme de nuevo al escenario cuando volví a toparme con él, con el fan de James Bond; le vi en un momento en que, no sé por qué, había girado mi cabeza hacia atrás. Se acercó y me puso una mano sobre el hombro izquierdo, su mensaje seguía siendo el mismo:

-Tantarantan, tantantantan, tarantan…

     Me di cuenta de la cogorza monumental que llevaba, qué desperdicio, ir a un concierto como aquél a emborracharse de esa forma, qué manera de tirar el dinero. Acercó su cara a la mía, su voz se iba haciendo cada vez más y más débil...

-Na, na, na, na, tantantantan, tarantan…tiruuu, riruriii…








     Tuve que medio abrazarle para que no se cayera de boca al suelo, aunque para ser sincero mi mayor preocupación era que aquel bicho me vomitase en el jersey. Afortunadamente para ambos sus amigos llegaron, le sostuvieron por debajo de los brazos y se lo llevaron hacia la salida. Pero él seguía en sus trece; perdida la verticalidad y con los tacones arrastrando por el suelo, el tío seguía cantando. No le podía escuchar, la música ahogaba los demás sonidos, pero su boca abierta parecía continuar con su “na, na, na, na…”. El chaval se habría chupado un ciclo de películas de James Bond recientemente, y se había quedado zumbado perdido, que es lo que suele pasar en estos casos. Volví a centrarme en el concierto, la cosa no daba para más; a aquellas alturas grandes goterones de sudor caían del rostro del cantante, tan grandes que podían verse desde cualquier punto de la sala. Así que aquél era el sudor de la Blues Explosion…tenía la sensación de estar delante de un mito; un mito de minorías, entiéndanme, y más minoritario si cabe a aquellas alturas de 2013...un tío que probablemente acabaría palmando en medio del escenario, con las botas puestas, y gritando “¡Blues Explosion!” como un poseso. En cualquier caso era una lección de entrega y de profesionalidad, lo fue desde el primer al último minuto. Fui a por mi última cerveza y, ya con la pista más despejada, pude colocarme bastante cerca del escenario. Hasta bailaba un poco de vez en cuando, bueno, más que bailar, meneaba los hombros a un lado y a otro, no fue un concierto en que la gente acabase muy desfasada; muchos bailaban, sí, pero no era una actitud generalizada en la sala. No dejó de preocuparme aquella observación, una observación que arrastraba desde el concierto de Arcade Fire; tanto civismo, tanto civismo, y acabaríamos yendo a los conciertos de rock embalsamados, con miedo de aplaudir a los artistas. Claro que tampoco sabía con seguridad si el civismo tenía mucho que ver con aquello, digamos que era una intuición, una asociación libre de ideas por llamarlo de alguna manera…se acercaba el final del concierto, el cantante se estaba volviendo loco, se arrodillaba delante de los amplificadores y pegaba su guitarra a ellos, distorsionando el sonido, también acercaba la mano a un aparatejo muy curioso con una antena enorme que salía hacia arriba, un aparato que parecía una radio de los años cincuenta, o más antiguo aún, creando más y más efectos de sonido…mientras no se electrocutara con la antena…claro que, con unos cuantos miles de voltios, tenía el mito asegurado…la música empezaba a ser demasiado ruidosa, un tanto animal, y entonces la vi…bueno, para ser exactos, primero vi a su amigo, que era uno de los que más bailaban a aquellas alturas de la noche; fui echando miraditas y atando cabos y descubrí que eran dos mujeres, una más mayor que la otra, acompañadas de aquel chico, un gafapastas bastante rollizo que estaba realmente entusiasmado, no sé si tanto por el concierto en sí como por la compañía en que lo estaba presenciando. La chica más joven era…pues no sé, ¿y para qué describirla? Un bombón, una escultura; cuando veo a chicas así sé que podría encontrar otras diferentes, más bajas o más altas, más delgadas o más gordas, pero que difícilmente podría encontrar a una más guapa. Era por ella, era por ella que había ido a aquel concierto; intenté contenerme pero sabía que en el momento en que tocasen “Blue Green Olga” le declararía mi amor incondicional, mi amor por ella y por el rock n' roll; la cogería de la cintura, bailaría un poco con ella y le diría que me había enamorado perdidamente sólo con verle un segundo la cara…

-Perdona, ¿tienes papel?

     La que me pidió papel era su amiga, una chica más mayor, más madura, con un parecido sorprendente a un viejo amigo mío. Pues claro, una mujer más de mi edad, de mi generación, atractiva sin llegar a esos niveles desquiciantes, aunque resultaba un tanto inquietante estar delante del clon femenino de aquel amigo…saqué el librito de papel del paquete de tabaco, sólo me quedaba uno, pero se lo di y lancé el librito contra el suelo.

-Gracias.

     Lo siguiente que hice fue adelantar la cabeza de manera algo brusca hacia ella, para que viera que estaba frente a un hombre decidido.

-Qué espectáculo, ¿no?

     Y me pasó una de las dos peores cosas que me podían pasar al hacer aquello: una era calcular mal las distancias y darle un cabezazo, cosa que, gracias al cielo, no sucedió; lo que me pasó fue que al hablarle se me metieron algunos cabellos suyos en la boca y retrocedí con la expresión típica del que se traga un pelo cuando está comiendo sopa. La chica se quedó, pues eso, desconcertada, anonadada…flipando, vaya. Volví a hacer el gesto, con más suavidad, más que nada por honrilla, para demostrarle que aquel tipo de cosas no me sucedían continuamente.

-¿Los habías visto antes? –le pregunté.
-Sí, hace tiempo, en Bikini.
-Qué espectáculo, ¿no?
-Es un animal.

     Nos quedamos mirando a los ojos, era clavada a aquel colega, una pasada, como una hermana melliza…sonrió, sacó su paquete de tabaco y me dio las gracias…y ya se sabe, a veces un “gracias” equivale a un “que vaya bien”. Y el concierto acabó; de repente las guitarras callaron, no hubo bises, la luz fue poco a poco iluminando la sala…pusieron música blues en los altavoces para amortiguar la despedida, y después de acabar mi cerveza bajé las escaleras un tanto melancólico. Lo malo de ir a un concierto solo es más la salida que otra cosa, me faltaba ese colega con el que comentar la jugada, tomar la última cerveza, cenar cualquier cosa, unas tapas, un kebab, un bocadillo…entré directo en el metro y me senté en uno de los vagones delanteros con un pitido infernal taponándome los oídos. Había sido el concierto más intenso de mi vida, sobre todo por las curiosas anécdotas que había sacado; y vale, no habían cantado “Blue Green Olga”, y la apertura del “Orange” la habían tocado sin violines, pero, ¿y qué…? Es casi imposible presenciar un concierto perfecto, y más con un grupo que ha editado tantos discos, pero igualmente había sido una experiencia muy satisfactoria. Y la guinda del caso era que un amigo que colaboraba con un blog cultural me había pedido una crónica del concierto, algo sencillo, de media página…Alex Vargas, cronista, sonaba bien, era como un debut, una nueva motivación. Escribiría algo sencillo, algo ceñido únicamente a Jon Spencer, a su banda y a su música; el relato ya vendría luego, un relato realista, pero cuidado con tomarse lo de realista al pie de la letra. No escribo todo lo que me pasa, ni me pasa todo lo que escribo; de hecho, no soy más que un seudónimo...crucé los brazos y me entretuve durante el camino de vuelta mirando a una chica que jugaba con su móvil.







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divendres, 8 de febrer del 2013

Jon Spencer

Ha vuelto el rock star, aunque no lo haya hecho por la puerta grande, aunque lo haya hecho en una sala mediana como la sala Apolo. Una sala que prácticamente se llenó para ver a la Jon Spencer Blues Explosion, un grupo incombustible, que volvió a deleitar al personal con su show lleno de energía y de fuerza. Los adjetivos se agotan para describir lo visto ayer, pero todos irían en la misma dirección: fue un show visceral, animal, bestial, brutal, sin concesiones…el grupo tocó algunos temas de su último disco, “Meat and Bones”, pero también se permitió ofrecernos un popurrí de viejos temas del “Plastic Fang”, del “Acme” y del “Orange”, saltando de uno a otro y mostrando a cada minuto su talento y su oficio. Y qué se puede decir del cantante, de ese descendiente directo de los Elvis y de los Cash, que tocó la guitarra, cantó con su voz personalísima y aún se permitió el lujo de hacer poses y piruetas al ritmo de la música. Un derroche de energía que acabó soltando enormes goterones de sudor sobre el escenario, una lección de entrega del primer al último minuto. Estoy seguro de haber estado delante de un hombre que morirá sobre el escenario, con las botas puestas, delante de un mito que seguramente no llegará a serlo de las masas, pero que lleva el rock and roll en la sangre. Porque lo de ayer era rock and roll, no se dejen engañar por el blues que forma parte del nombre de la banda, lo de ayer era rock and roll auténtico, del de siempre, ruidoso, sucio y garajero, ideal para descargar un poco de adrenalina. Los que asistimos lo gozamos, unos más que otros, en un ambiente relajado y muy variado; había desde jóvenes al borde del coma etílico hasta rockeros de la vieja escuela entrados en años, muchas barbas y gafas de pasta, y muchas ganas de pasarlo bien. Una mención para los teloneros, Tokyo Sex Destruction, que llegaron por sorpresa pero estuvieron a la altura de la situación, no debe ser fácil telonear a semejantes animales. Bueno, pues eso es todo, espero que les guste esta pequeña crónica, una de las faenas más agradecidas que vaya a hacer en mi vida.