dijous, 17 d’octubre del 2013

Gavà Mar








Estaba aburrido en la playa, como se aburren los hombres sin paciencia cuando están en la playa, con un aburrimiento perezoso y placentero. Entonces me incorporé sobre mis codos y la vi, a unos siete u ochos metros de donde estaba mi toalla. Tenía el cabello rojizo, algo rizado y corto, le llegaba poco más abajo de su nuca, pero más que nada me fijé en sus tatuajes, en una sirena arrapada a su muslo y en un símbolo extraño que parecía un Sol humanoide partiendo en dos su espalda. Y por qué sería que los tatuajes tenían algo de sexual para mí, algo que me atraía más allá de toda afición o inclinación a tatuar mi propia piel, inclinación que era profundamente nula, pero los veía en los cuerpos de las mujeres y no sé, sentía un no sé qué…me acerqué a ella, no era demasiado alta, tenía las caderas anchas y redondeadas, los pechos más o menos de la misma índole, redondos y elevados, y le pregunté con toda cortesía y fingiendo timidez cuál era el libro que estaba leyendo…luego le dije que me aburría, que el pasar más de dos horas en la playa sin compañía me sumía irremediablemente en la tristeza, y ella me permitió que acercase mi toalla, sin demasiado entusiasmo, como si le hubiesen entrado miles de veces antes con la misma excusa, luego nos pusimos a hablar…al menos la cosa empezó ligera, el libro que leía ella era “El Código Da Vinci”, yo había visto la película, pero pasados diez minutos ya sabía que aquélla no iba a ser la mujer de mi vida, estaba casada, casada reciente y felizmente con un andorrano, para más señas, y hablamos de Andorra, que si las montañas, que si la nieve…con aquellos muslos que tenía no era difícil creerla, decir que estaban trabajados es poco, eran atléticos, poderosos…su estado civil me había desmotivado bastante, y además estábamos demasiado cerca de una pareja entrada en años que había ido a la playa con su hija adolescente, casi una niña, que no nos quitaba el ojo de encima. Me era difícil concentrarme con la niña tan atenta a la conversación, aunque ésta, de manera natural, fue decayendo progresivamente, la pelirroja de los tatuajes estaba casada reciente y felizmente, y no había mucho más que hablar…se fue antes que yo, al día siguiente volvía a Andorra, me quedé mirando como un lelo el reguero de luces que parpadeaba en la superficie del agua, y entonces una vocecilla aflautada me preguntó la hora, era la niña que me sonreía y se atusaba el cabello negro con las manos…aguanté la risa, le dije las seis y cuarto, y la niña volvió a su toalla satisfecha, sin soltarse el cabello, estaba practicando, la muy golfilla estaba practicando, me giré para que no viera los esfuerzos que tenía que hacer para no partirme de risa, tampoco quería herirla…tranquila, pensé, no te precipites, aún es pronto, hay tiempo para todo, ya te llegará el momento en que los hombres te pregunten cosas en la playa, ¿y quién sabe? Quizás encuentres algún rollo de verano, quizás encuentres al hombre de tu vida, quizás encuentres a un desconocido que te cuente cosas que no te importen lo más mínimo.







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