dilluns, 27 de febrer del 2017

Esmeralda






Nunca se había mirado en las turbias aguas de los ríos que solo le habrían devuelto el rumor más o menos ruidoso de la corriente. Por eso Esmeralda no era consciente de su cuerpo elástico, de sus piernas esbeltas y fuertes, de las franjas negras que cruzaban su blanco rostro como si este fuera el lomo de una zebra, ni del cabello albino que señalaba su paso con la precisión de un punto luminoso. Se movía velozmente, ignorando los latigazos que la frondosa vegetación propinaba a su cuerpo. Bajó las palmas de sus manos a tierra, para superar un pronunciado talud que le cortaba el paso, y apoyándose en las nudosas raíces de los árboles llegó a una porción de terreno en que la luz del Sol se hizo cegadora, demasiado brillante para unas pupilas acostumbradas a la penumbra que formaban las bóvedas de vegetación. Protegió sus ojos haciendo visera con una mano, y envió una orden mental para llamar a la criatura que la había informado del extraño rumor que corría por la selva. La criatura le contestó que estaba muy cerca del claro del bosque, y que con sus propios ojos podría juzgar si la alarma estaba justificada. Esmeralda cortó la comunicación, olió el aire más cargado de humedad que de costumbre, y se distrajo inocentemente con la textura anaranjada que adquiría la luz al rebotar entre las enormes hojas de los helechos. Solo el silencio pudo sacarla de aquel desconocido entretenimiento, un silencio pesado como nubes de tormenta, que despertó en ella los mecanismos de defensa que se habían relajado durante su ingenua contemplación. De un salto alcanzó la rama de un árbol, y saltando de rama en rama llegó al corte milimétrico que separaba al bosque de una superfície arenosa de varios kilómetros de diámetro. Entonces los vio, su cuerpo sufrió un espasmo, y apenas su frente y los ojos, hábilmente camuflados, sobresalían tres dedos del cilindro de madera. Nunca pudo precisar exactamente qué había visto, ni decir si la había asustado o no...sintió la vaga angustia de lo desconocido, y una curiosidad que su mente instintiva apenas pudo reprimir. Eran los insectos más grandes que había visto en su vida, de un tamaño totalmente desconocido en aquellos parajes...había mantis religiosas de tamaño monstruoso, escarabajos rinoceronte topando contra los árboles, orugas y ciempiés que se alzaban dos metros del suelo, y hormigas y termitas gigantescas que poco a poco iban ampliando el óvalo de arena...hipnotizada los estuvo observando hasta que su amiga le envió una orden, era hora de volver, una mano invisible estaba extendiendo la sábana de la noche sobre las copas de los árboles...






...y Esmeralda arqueó el cuerpo, cayó de pie y emprendió una de sus habituales carreras entre los laberintos de maleza. Sentía muchas ganas de preguntar a las criaturas del bosque qué opinaban de aquellos nuevos visitantes...en su vientre cosquilleaba el fuego de lo desconocido.






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